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Informazione sulla pubblicazione:
Recensione: MICHAEL TROWITZSCH, Über die Moderne hinaus: Theologie im Übergang

 
 
 
Foto Oviedo Lluis , Recensione: MICHAEL TROWITZSCH, Über die Moderne hinaus: Theologie im Übergang , in Antonianum, 75/1 (2000) p. 173-175 .
Sommario in spagnolo:

La teología protestante está reivindicando en los últimos años sus signos de identidad y su carácter específico y diferenciado, no sólo ante otras confesiones cristianas, sino también ante la modernidad y sus tendencias. Se trata de un episodio sintomático de los tiempos que corren: frente a los movimientos que quisieron aliarse con el espíritu moderno, entre los que se incluye la gran tradición de la “teología liberal”, hasta los capítulos más recientes de una teología inquieta y que sufre en carne propia la abrumadora influencia de las nuevas formas de pensamiento y de organización social. No en vano Max Weber detectó una “afinidad electiva” entre la modernidad y el protestantismo, algo seguramente más complejo y atormentado de lo que han deducido algunas simplificaciones de la famosa tesis. De hecho el protestantismo conoce en su seno continuas rebeliones contra la modernidad de la que parece difícil destacarse: Kierkegaard, Barth son ejemplos elocuentes, así como un sinfín de nuevas manifestaciones en ese campo que sugieren reediciones de una tensión seguramente fecunda e insuperable.

El libro que presento de Michael Trowtzsch se sitúa seguramente dentro de esta nueva versión de la crítica teológica a la modernidad o de una lectura de las relaciones entre fe cristiana y cultura occidental en clave más reflexiva y matizada, rehuyendo fáciles aproximaciones y formas simplificadoras de dependencia y adecuación al ambiente moderno. La teología parece madurar en un sentido más autosuficiente y menos acomplejado a través de los análisis que ofrece el autor y de sus propuestas más reivindicativas.

La obra se presenta con un título bastante programático: “Más allá de la modernidad”, y recoge una serie de conferencias y artículos – la mayoría ya publicados en revistas especializadas a lo largo de la década de los 90. El tema es más o menos común: el diálogo crítico con figuras señaladas de la modernidad, como Nietzsche; la relectura de algunos de los grandes protagonistas de la teología protestante del siglo que termina: Barth, Bonhoffer, Büchner; y una visión teológica de los desafíos que plantea hoy la ciencia y la técnica.

El libro inicia con una especie de “confesión de fe” sintetizada en un conjunto de tesis, en las que se formulan y se revalidan los principios fundamentales del credo protestante. Destaca la afirmación de la clave de contraste entre la oferta divina y la impotencia humana, una clave que asume tonos intencionalmente radicales. El segundo artículo que completa esta primera parte también incide en esa línea: “Contra la pretensión moderna”, es decir, contra su autosuficiencia y contra el activismo voluntarista que quiere resolverlo todo por los propios medios, también la cuestión religiosa. Frente a dicha tendencia el autor reivindica una teología que “no dispone” del misterio y del Cristo, sino que se deja disponer por Él. Se trata de los criterios fundamentales que se repiten a lo largo del libro: la modernidad es activismo autosuficiente que corta el paso a la oferta divina de salvación, que a partir de Lutero reivindica su absoluta indisponibilidad y ofrece una línea alternativa a las obsesiones modernas de auto-realización.

Trowitzsch avanza ya en la segunda parte una tesis historiográfica bastante audaz: la modernidad se insinúa e incluso se afirma ya en el espíritu tardo-medieval que fomenta el activismo, la voluntad de realizar todo por los propios medios, de contar cada vez menos con la asistencia divina. Lutero se habría anticipado a la crítica a la modernidad al denunciar dicho activismo perverso y que no conduce a una verdadera liberación. La Iglesia surge entonces a contracorriente, como recordatorio de la radical indisponibilidad de nuestra salvación, como reivindicación de lo inasimilable de la gracia a los esfuerzos humanos de auto-construcción. La teología luterana se convierte en la gran advertencia contra el voluntarismo y en la invitación más sugestiva a una actitud receptiva, a una especie de pasividad e incluso de “quietismo”.

El resto de los trabajos presentados amplian en algunos aspectos la tesis central expuesta: Nietzsche es presentado como la expresión máxima del espíritu objeto de nuestra crítica teológica. No es ni mucho menos la primera vez que el filósofo vitalista es utilizado como una especie de “trampolín teológico”, una estrategia a la que autores como Dalfert y Milbank han sabido sacar el máximo partido.

Los estudios sobre Barth y Bonhoeffer se centran en las claves hermenéuticas que proponen y que significan una recuperación de la mejor crítica a la modernidad. Esa crítica se profundiza en los capítulos en torno a la ciencia y la técnica, que evidencian los déficits y crisis que se arrastran como consecuencia del activismo ya denunciado.

La obra coincide con otros en la acusación al pensamiento tardo-medieval de los problemas que acarrea la modernidad respecto de la fe. Parece que de ese modo queda sepultada la tesis de Gogarten y otros, así como toda una línea de interpretación historiográfica del protestantismo, que acentúa por el contrario los elementos de continuidad con el “espíritu moderno” y justifican el activismo que resulta al liberar al mundo de su “sacralidad” y hacerlo disponible a la obra creadora del hombre, con su ciencia y técnica.

El protestantismo europeo (el americano es otra cosa) atraviesa momentos críticos, en especial porque se ve mucho más afectado que otras confesiones por la dinámica de la secularización. Las reacciones de algunos teólogos en clave de afirmar la propia identidad pueden entenderse como expresión de una voluntad de sustraerse a esas tendencias centrífugas que seguramente han perjudicado a las iglesias evangélicas. La reciente “protesta” de exponentes teológicos de primera fila contra el documento unitario sobre la “justificación” es un síntoma de una toma de conciencia ante los grandes riesgos que corre el protestantismo si cede a las presiones ecuménicas. Del mismo modo la asunción de una postura mucho más crítica respecto de la modernidad expresada por una nueva generación de teólogos manifiesta una sensibilidad preocupada por los malos resultados de estrategias de modernización que han resultado francamente contraproducentes.

No es tarde para rectificar, pero con estas tomas de postura no se resuelve una cuestión historiográfica mucho más compleja. No parece justo desplazar ahora la culpa a los otros (a la teología y al pensamiento tardo-medievales), como también hacen otros teólogos de la tradición luterana, algunos de ellos acusando explícitamente a los autores franciscanos del trescientos. Cuando interesaba, el protestantismo era el paladín de la modernidad, y el pensamiento católico se presentaba como reaccionario. Ahora que cambian los vientos se vuelve urgente mostrar la propia distancia respecto de la modernidad y subrayar los factores de contraste que pueden ser rastreados desde Lutero, mientras al catolicismo tardo-medieval se le adjudican las culpas. La cuestión entra entonces en el campo del voluntarismo historiográfico, donde seguramente no podrá discernirse la verdad ni se podrá sacar ninguna lección útil.

Desde mi punto de vista estas tácticas no hacen justicia de la complejidad apuntada ni ayudan a plantear el problema de la difícil relación de la fe cristiana con los tiempos modernos, para lo que se requieren estudios interdisciplinares mucho más rigurosos y una mejor valoración de las investigaciones en campo histórico, sociológico y filosófico, así como la asunción de una pluralidad de modelos desde los que se puede también hoy vivir una relación inevitablmente plural.

 



 
 
 
 
 
 
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