Oviedo Lluis ,
Recensione: U. Lüke, “Als Anfang schuf Gott…” Bio-Theologie. Zeit – Evolution – Hominisation,
in
Antonianum, 73/4 (1998) p. 752-754
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Sommario in spagnolo:
La relación interdisciplinar con otras ciencias constituye hoy por hoy uno de los campos más fecundos y prometedores de la investigación teológica; en esta relación la teología encuentra un estímulo y una fuente de inspiración en la constante tarea hermenéutica que le obliga a releer y actualizar los significados de la revelación.
Es por ello de agradecer la sucesiva aparición de estudios de gran calado que exploran de forma cada vez más exhaustiva los terrenos otrora vedados de las ciencias puras y de las humanas desde una perspectiva declaradamente teológica. La editorial germana Ferdinand Schöningh se ha hecho en los últimos años acreedora de nuestro reconocimiento, por su interés en publicar textos de carácter académico, y por consiguiente poco comerciales, que ayudan a avanzar la investigación básica, clave de todo verdadero “progreso teológico”.
El libro que nos ocupa profundiza en la interrelación entre la teología y la biología, aunque se extiende también a cuestiones de carácter cosmológico. Se trata de un “escrito de habilitación”, llevado a término por un especialista en ambas disciplinas: biología y teología, y que tuvo como patronos, entre otros, a J.B. Metz. El autor sitúa su obra dentro del proyecto de renovación de la “teología fundamental”, que defiende como el contexto más adecuado para el diálogo entre la teología y los saberes del mundo de hoy. Este es el tema del capítulo introductorio, en el que, además, se establece la metodología y los límites del diálogo interdisciplinar que se propone realizar. Lüke ofrece su versión de los distintos modelos de relación entre ciencia y teología, clasificación ya clásica (exclusión, subordinación, complementariedad …) y subraya el papel de la filosofía en el diálogo, como traductora de categorías en orden a facilitar la comprensión, de forma similar a lo que ya postularan Rahner y Pannenberg. La obra se orienta a una relectura de algunos temas centrales de la teología, o más bien de la antropología teológica, desde la clave de los conocimientos científicos más recientes.
Tras la introducción son tres las partes en las que se despliega el contenido. La primera se refiere a la relación entre tiempo y eternidad . Aunque el tema es más bien cosmológico, el enfoque elegido es el de la biología (y no sólo de la recurrente termodinámica y la ley de la entropía). Los procesos biológicos aportan una aclaración a la tesis de la “flecha del tiempo” o de su irreversibilidad, sea desde la óptica de la filogenesis que de la ontogenesis. La cuestión es interpretar el acto creador divino y la pervivencia extratemporal o “post-temporal” del ser humano dentro del nuevo esquema de comprensión, en el que se hace necesario hacer coincidir, bajo un concepto fluido de la identidad material humana, el fin de la existencia física y el inicio en el “último día”. El autor aporta la noción de “presente absoluto” (strenge Gegenwart) para afrontar la relación teológica entre tiempo y eternidad sin violar las leyes de la ciencia; se trata de un “instante” de existencia completamente precaria e irrelevante para la observación científica, pero de “dignidad vertical”, que consiente pensar la transformación de la causalidad trascendental en la categorial, es decir, la intervención de la providencia en el orden de las causas naturales. Esta propuesta recurre como ayuda comprensiva a la percepción de la mística, aunque también pudiera sacar partido de otros tópicos teológicos, como el “instante de salvación”, característico de una línea especulativa que parte al menos de Kierkegaard en la modernidad.
El segundo gran tema tratado es la relación entre evolución y creación, todo un clásico de la apologética cristiana. Tras repasar y rechazar otras estrategias que han querido obviar el problema, como la auto-inmunización y la reduplicación de causas, Lüke se sirve de la noción de “presente absoluto” para salir del atolladero y dar un contenido más aceptable a la idea cristiana de “alma creada”. Dios se vuelve presente a todo lo existente manteniéndole el ser, en un sentido de “presencia absoluta”.
El tercer apartado afronta el problema de la creación del hombre frente a la perspectiva biológica de la hominización. El autor intenta una mejor representación del acto contingente divino que interviene en el proceso filogenético de la hominización para conferir el alma y con ello el carácter personal y divino a la naturaleza humana. Aplicando una vez más el paradigma descrito y ayudado por la concepción rahneriana, la creación humana deviene resultado de la automediación divina en la obra creada, en la que coexiste la historia evolutiva natural y la “historia del Espíritu”, de forma global, aunque encuentra su máxima expresión en la encarnación del Cristo; con ello supera la diferencia entre creatio ex nihilo y creatio cotinua, pues todo se resuelve en un mismo acto creador, en una causalidad omnipresente, aunque no perceptible para la ciencia.
La otra cuestión de alcance tratada en esta última parte se refiere a los criterios que definen al ser humano. El autor examina cuidadosamente las propuestas de Teilhard de Chardin al respecto: la autoconciencia y el sentido de trascendencia configuran la “diferencia específica” de lo humano. Confrontándose con los recientes estudios paleontológicos y etológicos, trata de situar el origen humano más allá de los límites de una especie, el homo sapiens-sapiens, y redefine la distinción entre pre-humano y humano a partir de los rastros de autoconciencia y referencia religiosa que aparecen de modo evidente en otras especies anteriores de homínidos. La capacidad de trascendencia se vincula a la imposible autorreferencia o reflexividad absoluta, aunque obviando la tesis de la proyección feuerbachiana, ya que el sentido de “trascendencia” no es necesariamente religioso, pero siempre algo específicamente humano. A ese tema se vincula también la creación del alma, que el autor representa como la infusión trascendente en el “presente absoluto” del proceso “cariogámico” o de formación del núcleo celular, o bien –a nivel filogenético- en el momento en que emerge la capacidad para la trascendencia o para la relación con Dios.
Como puede comprobarse en esta apretada síntesis, el autor realiza propuestas originales en vistas a una mejor comprensión de los puntos centrales de la antropología teológica, a la luz de los recientes desarrollos en la ciencias biológicas. Puede decirse que Lüke consigue preservar un “nicho” en el seno de esas ciencias en el que encuentran cabida las verdades cristianas de siempre sin necesidad de violentar principios ya bien asentados de las ciencias naturales. Este intento se suma a otros tantos en curso, como prueba elocuente de la efervescencia que conoce el pensamiento teológico durante estos últimos años, estimulado por las novedades del conocimiento científico. Estos autores no se conforman con la tesis de la inconmensurabilidad, que en ocasiones es una salida cómoda, ni huyen hacia posiciones fideistas, eludiendo un diálogo hoy más necesario que nunca.
Por consiguiente conviene situar las propuestas de Lüke junto a otras que se van sucediendo durante estos años, sobre todo en el mundo anglosajón. Es una lástima que el autor no haya entrado en diálogo con los protagonistas ya consagrados de esta tendencia, de cuya relación habría podido enriquecer o ampliar su proprio paradigma. Los célebres J. Polkinghorne, A. Peacocke y I. Barbour, por citar sólo nombres muy conocidos, se confrontan con problemas similares y desde posiciones de gran destreza en el campo de las ciencias naturales.
Por otro lado es necesario destacar lo hipotético de algunas de las ideas propuestas, que se suman a un debate en curso que debe madurar en los próximos años. Son respuestas en ocasiones iluminantes sobre la posibilidad de seguir hablando de creación y de alma, sin por ello alejarse de los conocimientos biológicos que ya son standard. Los problemas siguen planteados, por ejemplo, respecto de la cuestión del monogenismo, que el autor intenta obviar con su proprio modelo de hominización, pero que no es claro –desde el punto de vista científico- que el monogenismo deba ser arrinconado, especialmente a la luz de las más recientes investigaciones genéticas. No obstante sigue planteando una cuestión el hecho incontestado de hábitos religiosos o al menos mágicos, en especies anteriores al homo sapiens, lo que hace que el proceso de hominización siga siendo un misterio de difícil explicación, tanto científica como teológica.
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