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Informazione sulla pubblicazione:
Recensione: BIFET J.E., Espiritualidad misionera

 
 
 
Foto Munoz Juan , Recensione: BIFET J.E., Espiritualidad misionera, in Antonianum, 56/1 (1981) p. 244-246 .
Sommario in spagnolo:

El autor nos hace caer en la cuenta de que, después del Concilio, vivimos una epoca nueva en la historia de la evangelización, època que es de esperanza y de gran importancia en la concientización del pueblo de Dios a todos los niveles. Se trata de grandes masas de personas que están dispuestas a recibir el Evangelio si este logra penetrar los centros neurálgicos  de pensamiento  y  acción.

Hoy, más que en épocas pasadas, la Iglesia sabe que es « signo » levantado ante los pueblos, « sacramento universal de salvación ».

El despertar misionero del pueblo de Dios, debe aprovecharse. En este despertar misionero actual destaca la espiritualidad como vivencia responsable de la misión cristiana, que tiene derivaciones universales por su misma naturaleza.

Cuando se habla de espiritualidad específicamente misionera cabe distinguir al menos tres dimensiones: la espiritualidad cristiana como misionera, la espiritualidad del misionero, la espiritualidad cristiana en encuentro y confrontación continua con la esperitualidad no cristiana. Nos lleva después por la doctrina tradicional sobre la evangelización y se detiene a resumir el tema de la espiritualidad misionera en la exhor­tación apostólica « Evangelii nuntiandi», la cual presenta la evangelización bajo una triple dimensión: como una llamada a la renovación interior que exige del apóstol una actitud espiritual y una presentación de sus experiencias en el encuentro con Dios.

También nos da una « descripción » de la espiritualidad misionera en unas reglas o principios y lineas básicas de la acción apostólica que vienen a comprometer la vida del apóstol.

Al mismo tiempo nos aclara la fisonomía que ha de asumir el apóstol o misionero que viene a ser la de « ir » como Cristo, en una dinámica de plenitud o de totalidad por la que se busca que todo y todos lleguen a la perfección de Cristo. Pero sin olvidar que es el Espiritu Santo quien con­vierte al apóstol en testigo de Cristo, por eso la fidelidad del misionero a la presencia y a la acción del Espiritu comporta: tomar conciencia de esa realidad, docilidad, generosidad y sentido de instrumento. La vida apostólica es, pues, un proceso de fidelidad a la acción del Espiritu Santo. Más adelante nos llama la atención sobre la oración, que no puede contraponerse a la evangelización, puesto que la primera forma parte de la segunda, aunque no pocas veces se hayan presentado como conflicti-vos. La fuerza del apostolado proviene de Dios: la actitud del Buen Pastor es una atención continua a la voluntad del Padre. Y esta actitud se expresa en el diálogo de la oración.

Tratando este mismo punto, nos  presenta una nueva problemática en el campo de la evangelización:  el encuentro entre la oración cristiana y la oración no cristiana, a la cual debe aportar mucho el misionero de hoy aún en lo referente a las experiencias contemplativas que abundan entre personas y pueblos aún no evangelizados.

No pasa desapercibido el papel que juega la vocación misionera en la tarea evangelizadora de la Iglesia. La palabra « vocación » tiene rela­ción estrecha con la palabra « misión». Se llama a una persona para envargarle que trasmita un mensaje, para que realice un trabajo, para que coopere en un compromiso. Existe una vocación especifica para la evangelización « ad gentes » que se distingue de la responsabilidad general de todo cristiano respecto a la evangelización universal. La vocación misionera es un carisma del Espíritu Santo.

Volviendo a tomar el punto de partida: estamos ante un nuevo periodo de evangelización y todo periodo especial de renovación se ha caracterizado por una profundización en la maternidad de La Iglesia que lleva a cumpli­miento la misión de Cristo. La madre se hace tal en un proceso de amor y de sufrimiento.

Hacia el final, nos expone el aspecto práctico de esta nueva etapa de evangelización: Vivir la misión supone también comprometerse a hacer misionera la comunidad cristiana, especialmente la Iglesia particular.

Un nuevo periodo de evangelización sólo podrá afrontarse con una profunda espiritualidad de parte del apóstol y de parte de la comunidad eclesial, cuya potencialización de todas sus instituciones puede preparar un nuevo resurgir misionero.



 
 
 
 
 
 
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