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Informazione sulla pubblicazione:
Relationes bibliographicae: Felice Accrocca, Francesco e le sue immagini. Momenti della evoluzione della coscienza storica dei frati Minori (secoli XIII-XVi)

 
 
 
Foto Uribe Fernando , Relationes bibliographicae: Felice Accrocca, Francesco e le sue immagini. Momenti della evoluzione della coscienza storica dei frati Minori (secoli XIII-XVi) , in Antonianum, 73/2 (1998) p. 359-364 .
Sommario in spagnolo:

Ya en varias ocasiones se ha señalado el momento "mágico" que están vivien­do los estudios de franciscanismo en Italia, especialmente desde la vertiente de la historia. Dicho momento se apoya en un grupo de historiadores competentes cuyas investigaciones están no solamente manteniendo el interés por los orígenes del franciscanismo, sino también arrojando nuevas luces sobre problemas difíciles que aún no han sido resueltos en su totalidad. El fenómeno se ha venido dando desde hace unos treinta años y se ha manifestado a través de una producción historiográ-fica ordinariamente sólida y de un interés creciente que todavía no da signos de cansancio.

Uno de los síntomas de la vitalidad de este movimiento es que en los últimos tiempos se ha venido rejuveneciendo con los nombres de nuevos historiadores, como el de Felicce Accrocca, quien hace ya unos diez años hizo irrupción en ese panorama y en los últimos lo está enriqueciendo con una producción cada vez más fecunda, que denota no solamente su entusiasmo por este género de estudios sino también su capacidad y buena preparación para los mismos. Estas características, unidas a su condición de sacerdote diocesano, evocan en cierta forma, aunque las comparaciones son siempre odiosas, la figura del canónigo Michele Falocci Pulig-nani. quien cien años atrás era uno de los más significativos y aguerridos represen­tantes de los franciscanistas italianos de su generación. Felice Accrocca trabaja con pasión pero, sobre todo, con una gran seriedad. El rigor con que aplica los métodos de investigación y el interés por contribuir, aún a costa del reconocimiento de sus eventuales equivocaciones, a la adecuada solución de tantos problemas que aún se esconden en los momentos cruciales de la historia del franciscanismo, son una muestra de la responsabilidad con que trabaja y una garantía de la solidez de sus estudios.

El presente libro recoge un total de siete ensayos, tres de los cuales (los cap. IV, VI y VII), en parte modificados, habían sido publicados precedentemente por el autor en otros lugares. Se trata de una investigación sobre documentos de natu­raleza diversa, que por su contenido es fragmentaria y por su temática es compli­cada y amplia, pues abarca un período de más tres siglos, es decir, desde el Testa­mento de san Francisco (1226) hasta las Ordenaciones de Albacina (1529) por las que se guió inicialmente al grupo de frailes reformados que más tarde se llamó Or­le 1 lermanos Menores Capuchinos. El título escogido busca dar unidad al con­junto en cuanto constituye el parámetro de lectura de la documentación analizada.

El objetivo del autor es dar una contribución a la evolución de la "conciencia his­tórica" que durante dicho período se dio entre los destinatarios inmediatos ("here­deros difíciles"?) de esa "herencia difícil" dejada por Francisco de Asís a la poste­ridad.

Felice Accrocca nos ha acostumbrado a unos trabajos de gran nitidez metodo­lógica, la cual se percibe claramente en la estructura de cada uno de los capítulos de esta obra. Se trata del método que Jaques Dalarun suele llamar la "estratigra­fía", de la que él mismo en el postfacio señala tres pasos: dos en cada capítulo y una tercera en el conjunto de la obra. En realidad, cada capítulo suele tener más de dos, si se tiene en cuenta que, además del status quaestionis en materia de discusión his-toriográfica (primer estrato) y del análisis de las fuentes (segundo estrato), el autor suele colocar una conclusión en la que no siempre cierra el problema sino que lo relanza hacia nuevas búsquedas y otras soluciones. Suele ser el paso en el que el au­tor pone de manifiesto la convicción de que no se cree poseedor toda la verdad y que su misión es contribuir al esclarecimiento de la misma.

Unido a lo anterior, me parece importante señalar que la obra de Accrocca es muy rica de notas puntuales y de informaciones útiles las cuales, a pesar de que en algunos casos se repiten, en su conjunto forman casi "otro libro" dentro del libro. La abundancia y variedad de referencias bibliográficas denota, por una parte, su buena actualización en materia de historiografía franciscana, asunto no siempre fá­cil dada la abundante y variada producción de los últimos tiempos y, por otra, in­dica cuáles son sus autores preferidos, entre los cuales se destacan ciertamente Raoul Manselli y Giovanni Miccoli, hasta el punto que a veces se podría hacer sos­pechoso de una cierta dependencia. Una última observación general antes de en­trar en cada uno de los capítulos, se refiere a la forma condicionante como el autor acentúa la división entre fuentes "oficiales" y "no oficiales", con lo cual parecería atrapado en el famoso "círculo mágico" sabateriano, tan criticado por su maestro Manselli.

El primer ensayo está dedicado al Testamento de Francisco. Su punto de par­tida es la tesis diametralmente opuesta a la que había sostenido Kajetan Esser so­bre el origen de este escrito, es decir, que no fue algo simplemente ocasional sino deliberadamente pensado, corregido e integrado. Como prueba de su tesis presenta el análisis de la parte autobiográfica del texto en la que descubre una larga períco-pa (w. 4-13), precisamente la que el santo dedica a recordar la forma como oraba cuando entraba en las iglesias, su respeto a los sacerdotes, su decisión de no pre­dicar contra su voluntad y la veneración que les tiene a causa de los santos miste­rios que ellos administran. Según el análisis del autor, estamos ante un texto que por su estilo y su dinámica aparece insertado en otro que, pasando del v. 3 al 14 y siguientes, ofrecía inicialmente sentido lógico y completo. Este descubrimiento lo lleva a concluir que se trata de una inserción posterior hecha por el mismo Fran­cisco, quien sentía la necesidad de reforzar con claridad un tema que le preocupa­ba, o sea la forma como los frailes debían estar presentes en la Iglesia. No cabe duda de que el descubrimiento de Accrocca, fruto ciertamente de una aguda lectu­ra, constituye un buen aporte al estudio de un documento que para algunos apare­cía ya agotado en sus posibilidades de análisis y para otros ha sido el caballo de ba­talla de no pocas polémicas. Con todo, siempre reconociendo su innegable aporte. me permito hacer dos observaciones: la primera, que no sería necesario exagerar la diferencia entre texto ocasional y texto pensado, corregido e integrado pues, por una parte, Esser no define las implicaciones de la "ocasionalídad" y, por otra, el mismo Accrocca parece aceptar que no se puede suponer una gran diferencia de tiempo entre texto inicial y texto insertado, so pena de caer en el peligro de hipó­tesis fantásticas. En segundo lugar, es de esperarse que la verificación de la hipó­tesis, deseada por el autor, no lleve a algunos a explotar de nuevo el fácil y conmo­vedor filón del dramatismo, tan acentuado por la corriente sabateriana, tanto más si se tiene en cuenta que la conclusión de Accrocca sobre el Testamento (p. 35: "Nel Testamento egli [Francisco] consegna ai frati la sua memoria ultima, l'estrema e definitiva autocoscíenza della sua proposta cristiana") tiene muchos nexos con la conclusión que había formulado Paul Sabatier, para quien se trata de un escrito programático en el que el santo hace una postrera proclamación solemnemente de su pensamiento.

En el capítulo segundo Accrocca somete a examen el dossier (uno de los más completos es el reunido por Lorenzo di Fonzo en su trabajo L 'Anónimo Perugino, 228-231) sobre el autor de la Leyenda Quasi stella matutina, llamado en algunas fuentes Juan de Ceperano y en otras fray Juan de Celano. Completando los datos que se tenían hasta el momento, llega a establecer la diferencia entre ambos per­sonajes, identificando el primero con el protonotario apostólico Juan de Campania, muerto antes de diciembre de 1247 y al segundo con Juan de Celano, un notario de la Sede Apostólica, quien tal vez se hizo fraile y murió cerca del 1270. Establecida la diferencia, concluye que el autor de la Quasi stella matutina debió ser Juan de Ceperano. Llegado a este punto y partiendo del dato tardío dado por Lucas Wad-ding, según el cual dicha leyenda fue escrita por mandato del papa Gregorio IX, Accrocca formula algunas hipótesis, en parte ya sugeridas por Di Fonzo, no sola­mente sobre los nexos que tiene la leyenda con la homilía del papa el día de la ca­nonización de Francisco sino con la bula Mira área nos con la cual se oficializó di­cha canonización. Aparte las hipótesis, un poco alegres y ciertamente prematuras mientras no se encuentre el verdadero texto de la leyenda, creo que este ensayo constituye uno de los mejores y más definitivos portes dados por Accrocca al escla­recimiento de un punto que hasta el momento era motivo de confusión.

El tercer ensayo, dedicado a la imagen de Francisco en el recuerdo de sus compañeros, se refiere específicamente a las perícopas dominadas por la frase: Nos qtii aun eo fuimus o semejantes. En la primera parte, el autor hace un balance de la polémica que se suscitó a partir del estudio de Raoul Manselli que lleva el mismo título, presenta una panorámica de los estudios adelantados por sus discípulos y so­mete a examen las objeciones de los opositores más representativos: Nanni, Pelle-grini, Menestó y Miccoli. A éstas tendrá que agregar las que hace Dalarun en el postfacio del libro. Es un asunto ya tocado por el autor en otras ocasiones pero que, por lo que sé, nunca había tratado de forma tan completa como en ésta. Como en las otras ocasiones, también en ésta el asunto es tratado con un cierto tono apo­logético a favor de su maestro, saliendo a la defensiva aún de las objeciones no pre­vistas por el mismo Manselli y relativizando los argumentos de sus adversarios. En la segunda parte del capítulo Accrocca hace una propuesta que invita a ampliar el círculo (vicioso?) de los textos analizados por Manselli hacia otros textos no nece­sariamente señalados con la frase Nos qui cum eo fuimus. Se trata de la sección que va de los nn. 70 al 93 de la Compilatio Assisiensis, que ya en parte había señalado L. Pellegrini como pertenecientes a una miniestructura literaria y sobre los que, par­cialmente también, más tarde A. Marini había llamado la atención. Accrocca divide toda la sección en cinco subsecciones que él somete a un primer examen, anotando los elementos que darían pie para atribuirlas a un testimonio que se remontaría a los tres compañeros signatarios de la Carta de Greccio. El "nuovo cammino" pro­puesto por el autor es interesante en cuanto señala un campo concreto de trabajo, no exento por otra parte de dificultades, el cual exigiría a mi modo de ver la com­binación de diversos métodos de análisis textual (estructural, Formgeschichte, ...) pero que deberá partir seguramente de una conveniente fijación crítica del texto.

En el capítulo IV el autor se centra en Ángel Clareno, uno de los personajes más estudiados por él ya desde su tesis doctoral. Después de una breve presenta­ción de su vida, el autor se propone hacer una mayor claridad sobre la memoria que Clareno tuvo de Francisco de Asís pues, según él, la que hay hasta ahora no es su­ficiente ni ha sido presentada en forma sistemática. Sobre este particular ofrece un doble aporte. El primero consiste en la revisión de la presunta "Franciscolatría" de que ha sido acusado Clareno, para lo cual analiza varios textos de sus escritos en los que hace referencia a Francisco, particularmente de la Carta 63, en la cual Clareno aplica al santo de Asís, con algunas adaptaciones, la parte inicial de la carta a los Hebreos y el himno cristológico de la carta a los Filipenses (2,6-11) mezclado con el prólogo del evangelio de san Juan (1,1-18). Su conclusión es que, aunque Clare-no subraya fuertemente la conformidad de Francisco con Cristo, no lo coloca en un plano de igualdad y que, por lo mismo, no se lo puede acusar de "Franciscolatría". El segundo aporte consiste en la revisión de las expresiones que Clareno coloca en labios de Francisco (los loghia) y de algunos episodios contados por él que no se encuentran en las fuentes precedentes. La hipótesis de Accrocca es que Clareno "utilizzó fonti a noi ancora sconosciute e di cui é difficile oltretutto precisare l'iden-titá in termini esatti" (p. 111). Se trata de seis loghia y de tres episodios., a las que el estudioso hace algunas anotaciones. Son textos que a la hora de la verdad son pocos, no tienen todas el mismo valor ni creo que todos ofrezcan el mismo grado de dificultad, dado que algunos resisten, al menos parcialmente en cuanto al con­tenido y la forma literaria, una confrontación con varias fuentes más primitivas. Creo que el problema que está en el fondo del asunto es comprobar la autenticidad de los presuntos testimonios orales o escritos sobre la vida de Francisco y los pri­meros compañeros, que resultan desconocidos por los hagiógrafos de los siglos XIII y XIV pero que aparecen en las primeras décadas del siglo XIV. ¿De dónde pro­ceden estos testimonios? ¿Por qué aparecen precisamente en la literatura de los es­pirituales? ¿Cómo explicar adecuadamente que se trata de la recuperación de una memoria no manipulada en un período de crisis aguda? Son cuestiones difíciles pero apasionantes, que encuentran la motivación para una investigación posterior en las provocaciones lanzadas por este ensayo de Felice Accrocca.

El ensayo siguiente (capítulo V) gira también en torno a la figura de Ángel Clareno, esta vez para tratar de descubrir los rastros de su herencia en los dos siglos sucesivos. Para lograr su objetivo, Accrocca examina algunas obras de autores fran­ciscanos escritas entre los siglos XIV y XV. En primer lugar la Vita del povero et hu-mile servo di Dio Francesco, escrita en el segundo cuarto del siglo XIV, en donde señala los pasajes tomados del Chronicon de Clareno, especialmente en la parte ini­cial. Influjos de esta obra se encuentran también en la Franceschina de Giacomo Oddi así como en las Crónicas de Marco de Lisboa. En cuanto a un pasaje relacio­nado con el hábito hecho en forma de cruz que trae el De conformitate de Barto­lomé de Pisa, la hipótesis de Accrocca es que no depende directamente del Chronicon sino de una fuente común a Clareno y a Bartolomé de Pisa. Finalmente en un códice asisiense que trae la Crónica del capuchino Bernardino de Colpetrazzo, el autor señala las huellas de la Expositio super Regulam de Clareno. Se debe observar que los precedentes análisis no son hechos todos con la misma diligencia; según lo confiesa el autor, algunos de ellos son el resultado de un examen rápido. Al termi­nar la lectura de este capítulo se tiene la impresión de que el autor se haya conten­tado con señalar un camino del que resta mucho por recorrer, pues el campo que ofrece este período histórico es sumamente amplio; baste pensar, por ejemplo, en la abundante literatura que se produjo en el ámbito de las reformas del siglo XV. El capítulo VI está dedicado a una revisión de la documentación oficial (casi exclusivamente en las bulas pontificias) de las reformas de la observancia francisca­na que se dieron en Italia, Francia y España entre los siglos XIV y XVI para ver la posible relación entre las motivaciones que presentan y la que trae la bula Religionis zelus del 3 de julio de 1528, con la que el papa Clemente VII, a través de la deter­minante mediación de su sobrina la duquesa Catalina Cybo, autorizó a los herma­nos Luis y Rafael de Fossombrone llevar adelante la reforma capuchina. Accrocca encuentra que en el contexto de la documentación precedente analizada por él, la bula Religionis Zelus presenta una total novedad en la frase: "et quantum humana patitur fragilitas Regulam beati Francisci observare". Según el estudioso, se trata de una frase de origen leonino, con lo cual quiere hacer ver que la reforma capu­china toma su inspiración franciscana de las llamadas "fuentes no oficiales". Apoya su hipótesis recordando que la primitiva generación capuchina prefería mirar la re­dacción de Regla a la luz de la tradición leonina recogida por Bartolomé de Pisa en el De conformitate. No obstante la perspicacia de la lectura hecha por Accrocca y a pesar de que se pudiese demostrar que la frase de la Religionis zelus es un texto de fray León, se siente la necesidad de ampliar también en este caso la investigación a fin de descubrir las raíces de la reforma capuchina en toda su complejidad y evitar posibles reduccionismos que pudieran empobrecerla.

El último ensayo prolonga el estudio de las fuentes capuchinas, esta vez some­tiendo a análisis las ordenaciones de Albacina. Después de tomar como punto de referencia algunos elementos presentes en dichas Ordenaciones, especialmente el tema de la cruz y la referencia al Testamento de Francisco, el autor concluye que en este caso no se puede afirmar que tales elementos hayan entrado por influjo de la literatura de los espirituales, a pesar de varios puntos de coincidencia con ellos, sino más bien de consonancias debidas a una fuente común o a los reflejos de unos puntos de vista generalizados en los varios movimientos de reforma. También en este asunto Accrocca se da cuenta de que el campo de la investigación presenta mucho espacio por recorrer. De todas maneras, al verificar no tanto el influjo di­recto de los espirituales en la legislación cuanto el espíritu mismo de la reforma ca­puchina, concluye haciendo proprio el interrogante que entre otros se hacía Adria­no Gattucci formulado en estos términos: ¿Por qué a los "Pobres ermitaños" les fue negado después de la abdicación de Celestino V el poder vivir en toda su inte­gridad la Regla y el Testamento de Francisco, cuando más tarde les fue concedido a los defensores del integrismo franciscano?

Con esta pregunta queda la impresión de que Jacques Dalarun tiene razón cuando en el postfacio lanza con suspicacia la sospecha de que Ángel Clareno sea el verdadero hilo conductor de la investigación de Accrocca, su clave de lectura para interpretar la "herencia difícil" de Francisco. Si esto es verdad y si los caminos abiertos por el estudioso se han de recorrer a partir de las hipótesis por él plantea­das, creo que quedaría por discutir el enfoque que debería tener una tal investiga­ción, es decir, si sea lícito tomar como referente único para un tema tan complejo como es la herencia espiritual de Francisco, la lectura que hizo uno de sus segui­dores cien años después, o si no sería más lógico partir de las constantes de la he­rencia misma que se encuentran en toda la literatura franciscana, aún la anterior al grupo recalcitrante de los espirituales.

Algunas de las observaciones de Dalarun al trabajo de Accrocca dan la impre­sión de que la concibiera como una obra completa y definitiva, cosa que me parece no es la intención del autor. En efecto, ante un período tan largo como el que a-barca y un tema tan ambicioso, él mismo, consciente de los límites de su trabajo, con su talante del investigador honesto y sobrio, se manifiesta convencido de que en esta ocasión no ofrece más que fragmentos, por lo cual promete profundizar en las pistas abiertas en un próximo futuro (cf. pp. 7-8). Esto es precisamente lo que todos esperamos a la vez que lo felicitamos por el trabajo hecho hasta ahora.



 
 
 
 
 
 
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