El segundo apartado describe algunos "signos de los tiempos globales"; se les consagran cuatro estudios específicos: el papel de las mujeres, la dimensión ecuménica, la conciencia ecológica, y el diálogo interreligioso.
El tercer apartado de esta primera parte describe las visiones que aporta cada uno de los continentes; cinco secciones se dedican respectivamente a Latinoamérica, Norteamérica, India, África y Europa. Fijándonos en la realidad de Europa, el análisis que provee M. Kirschner se centra en signos políticos, económicos y culturales, ignorando el desolador panorama religioso y con una breve alusión al grave problema demográfico del descenso de natalidad y de la creciente inestabilidad familiar.
La segunda parte se inicia con un apartado dedicado al estudio de la recepción de las grandes Constituciones. Destacan dos estudios sobre la Gaudium et spes, uno sobre la Sacrosantum Concilium, otro sobre la Lumen gentium, y otro sobre la Dei Verbum.
El siguiente apartado lo componen cuatro estudios sobre los aspectos canónicos o jurídicos de esa recepción. El tercer apartado de este bloque, en torno al movimiento ecuménico, plantea cuatro ensayos que proponen las perspectivas del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de los Ortodoxos, de los Evangélicos, y concluye con una revisión desde la situación actual a partir de la Unitatis redintegratio. El cuarto apartado lo forman tres estudios sobre el diálogo interreligioso, a partir de la Gaudium et spes y de la Dignitatis húmame. El último título de esta segunda parte propone visiones de recepción y proyectos de futuro desde cinco grandes "espacios culturales": Brasil, Canadá, India, África y los países ex-comunistas.
La tercera y última parte formula una especie de programa por parte del editor principal, el veterano teólogo de Tubinga Hünermann, así como un repaso de los viejos y nuevos retos ante los signos cambiantes de los tiempos, por parte del segundo editor, Hilberath. Respecto del primero de los textos, destaca la reivindicación de que el Concilio se convierta en el "software de la Iglesia hoy" (569). Reconoce la pluralidad de interpretaciones que sugiere ese motivo y la dificultad de lograr un acuerdo. Su reflexión sistemática se apoya en la propuesta de una "pragmática lingüística teológica", es decir, de una elaboración teológica que tenga en cuenta la praxis eclesial y se oriente a ella, buscando "confirmación y plausibilidad en el interior de las personas" (573). Dicha orientación parece patente en las declaraciones conciliares. Queda abierta la aplicación de dicha pragmática a la situación eclesial al inicio del nuevo milenio. El tema invita a una asunción de la historia y de su carácter abierto a la libertad y a la dimensión ética. Los signos de los tiempos destacan en ese trasfondo como categorías teológicas que exigen interpretación, como signos de la actuación divina a través de la práctica humana, lo que convoca al Magisterio eclesial, la reflexión teológica y los grupos del Pueblo de Dios. Hünermann aprovecha la ocasión para invitar a una resolución de las tensiones que se han vivido entre esas instancias (590).
Hilberath describe los nuevos retos ante unos signos de los tiempos cambiantes. Con un tono más bien crítico se refiere a algunos límites detectados y a la pluralidad de ámbitos territoriales con sus propios desafíos. Señala en particular: la renovación de la liturgia con los correspondientes procesos de inculturación; el movimiento bíblico y ecuménico; y la relación entre ecle-siología de comunión y estructura de comunión. Este último punto se refiere al proyecto de una Iglesia más comunitaria, menos jerárquica, más colegial y participativa, algo que el autor parece echar de menos. Se reiteran alusiones positivas a las teologías prácticas y a las nuevas experiencias eclesiales en Latinoamérica (no sólo en este capítulo, sino a lo largo del libro). También se señalan los puntos fuertes de la recepción ecuménica y de las aperturas ad extra, al tiempo que se indican retos pendientes, o bien nuevas situaciones y cuestiones que no pudo tomar en consideración la GS. La agenda que prescribe se refiere a la prioridad de un testimonio vivo, de la profecía extranjera y de la actuación ecuménica.
La lectura de buena parte del material que recoge esta amplia obra sugiere una paráfrasis de un famoso título de Dickens: "un cuento de dos Concilios", o bien de "dos recepciones", de "dos mentalidades eclesiales" al juzgar los "signos de los tiempos". Abunda en esta obra una línea de recepción que cabría denominar "idealista", y que se corresponde con el grupo que lamenta las "esperanzas truncadas" tras varias décadas de post-concilio. Está menos presente la otra narración, la que cabría designar "realista", y que quizás se refleja en parte en la introducción de K. Lehmann. Para este segundo grupo el Concilio sigue siendo una fuerte inspiración, y el tema de los "signos de los tiempos" invita más bien a la autocrítica y a asumir retos urgentes para la supervivencia de la fe cristiana en la zona occidental: en especial ante la secularización y la descristianización, que convocan más bien a un renovado empeño apologético — en la teología — y a la nueva evangelización - en lo práctico. Da la impresión de que se ignora esta segunda línea y que persisten enfoques y una sensibilidad que pertenece a unas generaciones y a una cultura cuyo programa todavía no logra reactivar o revitalizar el ambiente eclesial y teológico.
Desde mi punto de vista, falta una lectura de los signos de los tiempos en clave pragmática, en un sentido más "americano". La teología - protestante — de aquella zona nos invita a orientar la producción teológica a partir de su capacidad para dinamizar y hacer crecer a las comunidades eclesiales (G. Lindbeck, N. Murphy). Esta lección parece ausente en las teologías propuestas; más bien habría que aprender a leer los signos de los tiempos como indicaciones empíricas sobre la capacidad de una propuesta o estilo teológico de reactivar un panorama eclesíal más bien decaído. Los signos de los tiempos pueden funcionar como "instancias de verificación empírica" y mapas que orienten las teologías hacia las opciones con más futuro. A ello deben contribuir instrumentos de observación empírica, sobre todo con el auxilio de las ciencias sociales.
La tarea pendiente, cuando se quiere actualizar la doctrina de los signos de los tiempos, es ciertamente devolverles su vigencia más allá de lo que fueron los signos coyunturales de los años sesenta. Han pasado más de cuatro décadas desde entonces, y seguramente son otros los signos, otros los retos y las soluciones que se requieren, si no queremos seguir anclando la teología de forma anacrónica en los estilos de otras décadas y en respuestas que ya no funcionan, por motivos relativamente fáciles de comprender cuando se conoce la sociología de la religión contemporánea.